30/10/10

Dios, nosotros…y un “poco de historia”.

En relación a un año más de la Reforma Protestante, pienso en esa falta de sentido histórico que nos afecta a los evangélicos, que no sólo se manifiesta en el desconocimiento de nuestra rica y leccionaria historia, sino también en esa actitud de falta de pertinencia del mensaje muchas veces hacia nuestro propio contexto, cayendo en un “espiritualismo docético y dualista”, que nos lleva a evadir nuestro deber y compromiso con el tiempo que nos toca vivir y ser agentes activo en la transformación de la realidad a la luz de la vivencia del Reino de Dios “ya presente” y yendo hacia su manifestación plena “el todavía no”, lo que no es otra cosa que ser parte de esa historia que está en marcha hacia el cumplimiento de los propósitos de Dios.

John Stott decía, “Los evangélicos hemos sido culpables de una falta de sentido de la historia, al no entender que cierto número de errores que estamos cometiendo hoy día, son los mismos en los que cayeron nuestros antepasados”. Las razones pueden ser variadas, como esa postura protestante teológica llevada al extremo; al decir, sólo la Biblia como fuente de autoridad doctrinal y práctica hasta el punto de excluir y anular cualquier otra área de inspiración teológica o devocional. Es la verdad sacada de quicio, mantenida sin equilibrio, pero no debemos rechazar de plano la riqueza de nuestra historia, sino que esta debería ser una herramienta permanente de análisis y conexión con ese pasado común de la iglesia, para seguir construyéndola cada día en Dios, asumiendo nuestra suficiencia bíblica y necesidad histórica.

La historia en cierta medida tiene un interés cálido, ya que nos introduce en la comunión universal de los santos, la contemplación admirada de unos hechos, unas personas y unas circunstancias cuyos orígenes están en el obrar de Dios en medio de su Pueblo, la Iglesia, y de esta manera esta historia se transforma en vida, obrar de Dios.

Al mirar la Reforma Protestante es insoslayable no mencionar a unos de los tantos hombres y mujeres que fueron parte de este proceso de renovación del cristianismo, pero sin lugar a dudas que la figura de Martín Lutero, cobra un singular puesto, que no amerita comentarios, sólo remitiéndome a citar su experiencia con la Epístola a los Romanos:

“…En efecto, me había sentido llevado por un extraño fervor de conocer a Pablo en su Epístola a los Romanos. Mas hasta aquel tiempo se había opuesto a ello no la frialdad de la sangre del corazón, sino una sola palabra que figura en el primer capítulo: ‘La justicia de Dios se revela en él (el Evangelio)’. Yo odiaba la frase ‘justicia de Dios’, porque por el uso y la costumbre de todos los doctos se me había enseñado a entenderla filosóficamente como la llamada justicia formal o activa, por la cual Dios es justo y castiga a los pecadores y a los injustos.

Empero, aunque yo vivía como monje irreprochable, me sentía pecador ante Dios y estaba muy inquieto en mí conciencia sin poder confiar en que tuviese reconciliado por mi satisfacción. No amaba, sino más bien odiaba a ese Dios justo que castiga a los pecadores. Aunque sin blasfemia explícita, pero sin con fuerte murmuración, me indignaba sobre Dios diciendo: ¿No basta acaso con los míseros pecadores, eternamente perdidos por el pecado original, se vean oprimidos por toda clase de calamidades por parte de la ley del Decálogo? ¿Puede Dios agregar dolor al dolor con el Evangelio y amenazarnos también por Él mediante su justicia y su ira? Así andaba transportado de furor con la conciencia impetuosa y perturbada. No obstante, con insistencia pulsaba a Pablo en ese pasaje deseando ardientemente saber que quería.

Entonces Dios tuvo misericordia de mí. Día y noche yo estaba meditando para comprender la conexión de las palabras, es decir: ‘La justicia de Dios se revela en él, como está escrito: el justo vive por la fe’. Ahí empecé a entender la justicia de Dios como una justicia por la cual el justo vive como por un don de Dios, a saber por la fe. Noté que esto tenía el siguiente sentido: por el Evangelio se revela la justicia de Dios, la justicia ‘pasiva’, mediante la cual Dios misericordioso nos justificó por la fe, como está escrito: ‘El justo vive por la fe’. Ahora me sentí totalmente renacido. Las puertas se habían abierto y yo había entrado en el paraíso. De inmediato toda la Escritura tomó otro aspecto para mí”.

Creo que hasta el momento, esa falta de conciencia histórica, no nos ha permitido dimensionar las consecuencias en la historia y en las vidas de tantos, el impacto de este encuentro con la Palabra de Dios por parte de Lutero, sólo me remito a las siguientes palabras: “De ningún santo se ha escrito que tuviera que venir. Lutero, en cambio, tuvo que venir”. Para muchos el punto central del Evangelio: La justificación del pecador mediante la fe sola, cobró una dimensión sin igual en provecho de la verdad del Evangelio.

Sólo para concluir con este “poco de historia”, cito sus palabras ante el tribunal (Dieta Imperial Worms): “Dado que Vuestra Majestad y vuestras señorías desean una respuesta simple, responderé sin palabrerías y sin pelos en la lengua. A menos que sea convencido por la Escritura y por la simple razón -no acepto la autoridad de los papas y de los concilios, porque se han contradicho unos a otros- mi conciencia está cautiva de la palabra de Dios. No puedo y no voy a retractarme de nada, porque ir en contra de la conciencia no es ni correcto ni seguro. Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa. Dios me ayude. Amén.”

Hay una verdad, somos historia, y no meramente que estamos colocados en ella. El pasado nos está diciendo permanentemente nuestras verdades y orientando nuestro presente, de esa común historia, que Dios la está llevando en el cumplimiento de sus propósitos redentores y de los cuales debemos ser participantes activos.

“Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.” Jer.16:6.

11/10/10

Dios, nosotros y un saludo en el “día del ministro(a)”

Como ya sabemos, en la ACYM, el día 12 de octubre es conmemorado como el día del pastor, y mis saludos van a todos aquellos que hoy llevan a cabo tan necesaria y digna labor, y especialmente a la comunidad STT, una instancia formativa, pero también de “comunidad pastoral mutua”, así lo experimento siempre; doy gracias a Dios por ello, por esos momentos mutuos de compartir y permitir que Dios sea quien desarrolle en nosotros Su llamado y ministerios.

En relación a ello, pienso en nuestro tiempo, en donde se hace urgente una labor ministerial, cada vez más cercana a la gente y de una formación integral, de lo cual somos responsables. Estamos, siendo testigos de un cambio de época importante, en el cual no somos observadores sino actores, “hombres y mujeres del camino y no del balcón”, necesitamos cada día desarrollar esas convicciones en torno a lo que Dios ha hecho de nosotros.

El pasaje de Jueces 2, nos invita a poner atención sobre el papel que nos corresponde vivir, lo primero que encontramos, es una generación de hombres y mujeres de Dios, de ministros de Dios, que vivió lo que Dios había hecho por ellos, fueron lo que llamo, una generación libertada por Dios, ellos fueron testigos vivenciales del actuar de Dios en su tiempo, al estar consciente de ese actuar, fueron fieles, comprometidos y sabios en sus días. El pasaje nos narra como llevaron a cabo todo lo que Dios demando de ellos, posterior a la conquista, todos estaban en su heredad, y se nos dice, “Porque ya Josué había despedido al pueblo, y los hijos de Israel se habían ido cada uno a su heredad para poseerla. Y el pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué, los cuales habían visto todas las grandes obras de Jehová, que él había hecho por Israel” (2:6-7).

De esto rescato dos cosas: Esta generación no sólo fueron hijos de Dios, sino también hijos de sus días, comprendieron que su vivencia estaba conectada con la misión definida para ellos, conquistar la tierra y la vivieron a plenitud, pero además fueron un pueblo que en medio de su misión adoraba a Dios, no sólo estaban preocupados de la conquista, sino que aquello fuera un culto para Dios. Vida y misión siempre están conectadas. Lo otro que rescato, es el reconocimiento que la obra siempre será de Dios, “ellos fueron reunidos a sus padres”, pero lo importante que en sus días hicieron aquello que se les demando.

Al continuar con la narración bíblica, uno esperaría que el pasaje nos hablara de lo bien que continuo aquel proceso, pero no, nos encontramos con una historia distinta.

El pasaje bíblico dice: “Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Jehová” (2:11-12). Solamente se necesitó una generación para que la memoria de las grandes cosas que Dios había hecho por Israel bajo Josué se oscureciera y con ello, el conocimiento verdadero de Dios. Podemos buscar culpables de esto, algunos dirán que la generación anterior hizo mal su labor, es fácil ir al pasado para justificar nuestros errores presente.

A esta generación le toco vivir la transición, establecerse como pueblo en la tierra conquistada. Las transiciones siempre son complejas, nosotros los chilenos sabemos de esto, siempre hay obstáculos, siempre hay miradas pegadas en el pasado y miradas atropelladoras en sus deseos de avanzar, pero también están aquellos que renuncian a vivirlas, y sólo dejan que la corriente del momento los arrastre sin rumbo fijo, renunciando a construir y vivir la vida. Aquí nos encontramos con una generación que se apartó de Dios, que tomó los caminos de la seducción de la vanidad, la ignorancia y la idolatría, dejándose atrapar por su entorno y no vivir para Dios.

La narración ante la catástrofe descrita, nos lleva a encontrarnos con el amor y la fidelidad de Dios, al ver la condición del pueblo, actúa con gracia, y esta se hace presente como lo indica el texto bíblico, en el llamado de hombres y mujeres, “Y Jehová levantó jueces que los librasen de mano de los que les despojaban…Y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de mano de los enemigos todo el tiempo de aquel juez; porque Jehová era movido a misericordia por sus gemidos a causa de los que los oprimían y afligían (2:16-18)”. Si, tal como lo dice el texto, Jehová fue movido a misericordia, pero el medio para esto, fueron hombres y mujeres, conocidos como los jueces, como Otoniel, Débora, Barac, Gedeón, y otros; los ministros de Dios para esa generación apartada de Dios, quienes tuvieron la misión de mostrar como Dios redimía a su pueblo, ser lo siervos(as) de Dios.

Desde que el ser humano salió del Edén, vive su rebeldía, sólo busca construir su vida lejos de Dios, en una supuesta autonomía, que sólo lo lleva ahondar su desgracia y ante ello, Dios es quien actúa trayendo redención y lo hace entregando sus dones, sus ministros, sus siervos y siervas para amparar al ser humano de su condición, ser los dones de Dios, que sirven exponiendo Su amor al prójimo en desgracia.

Es interesante cuando se estudia nuestra historia, la historia de la iglesia cristiana, encontrarse con estos dones, hombres y mujeres que tuvieron vida y misión, que estuvieron dispuestos a no dejarse arrastrar por la corriente de sus días, sino desarrollar una vida y misión para Dios, y ser parte de Su obrar, un privilegio, que nos debe llevar a la integridad y humildad, se trata de lo que hace Dios por el bien del ser humano, y en ello, somos siervos(as), como lo indica el apóstol Pablo, colaboradores de Dios.

La humanidad cada día se ve oprimida y perdida, levanta voces de aflicción de una manera inconsciente muchas veces, ya que es arrastrada por el enemigo que tiene rostros de consumo, inmoralidad, sinsentido, pasotismo, y otras tantas máscaras que se usan hoy, pero que son la evidencia de una generación apartada de Dios, cuyo dolor y desgracia no siempre es percibido. Nosotros hoy somos esos dones que Dios a dado y debemos honrar lo que Dios hace de nosotros, ministros(as) de Él.

Que nuestro gozo siga siendo el experimentar como Dios a través de sus siervos(as) sigue redimiendo al ser humano, para conformar un pueblo que viva esa realidad que nos tensiona en todo momento, porque nos lleva a anhelar Su Reino, porque nada se compara a lo que Dios hace por el ser humano.

Gracias a Dios por la labor ministerial y que Dios les bendiga, que siga habiendo vida y misión, de la que trae Dios…!!!! Feliz día….!!!!

“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.” 1P.5:2-4.

2/10/09


El destino puede seguir dos caminos para causar nuestra ruina: rehusarnos el cumplimiento de nuestros deseos y cumplirlos plenamente (Henry F. Amiel)
"Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos" (Salmo 84:5)

20/9/09

La novedad de Jesús.


“El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha elegido para dar buenas noticias a los pobres Dios me ha enviado a anunciar libertad a los prisioneros, a devolver la vista a los ciegos, a rescatar a los que son maltratados y a decir:”“¡Este es el tiempo que Dios eligió para dar *salvación!’” Lc.4:18-19.
Jesús es un hombre totalmente atípico para su tiempo, del todo atípico, semejante sólo a su primo Juan, llamado el “Bautista”.
Sus palabras y enseñanzas poco tenían que ver con la mentalidad mundana de sus días (el Sermón del Monte, es un buen reflejo de esto). Ej. “¿no es la vida más que el alimento y el cuerpo, más que el vestido?.
Es sorprendente que Jesús no enseñó nada que pueda autorizarnos a pensar que su intención fue promover, perfeccionar o espiritualizar la civilización humana. Lo que quiere en el fondo es inaugurar un nuevo mundo, en el cual la historia humana cesa de ser como se ha dado a través de los siglos.
Sin duda Jesucristo es el personaje más celebre de cuantos registra la historia, pero, en esta celebridad, sobre la cual hay un consenso formal al menos, no hay claridad sobre el mundo hacia el cual está orientada su enseñanza, ni hasta qué punto esa enseñanza es extraña y opuesta a este mundo que los hombres hemos construido.
El cristianismo durante muchos siglos creó una base espiritual y ética, la cual, a pesar de los abusos del poder, estaba bien asentada en los pueblos occidentales. Hoy esa base ha sido demolida, de manera que la relativa independencia que esos pueblos tenían respecto de lo que acontecía en las cúpulas del poder, hoy se ha perdido. Los valores vividos se han derrumbado y el poder que hoy rige al mundo, inseparable del dinero, que finalmente no es sino el dinero mismo, se hace cada vez más hegemónico.
De las grandes culturas históricas, incluida la occidental, ya de hecho, poco o nada es lo que queda. El mundo se ha ecualizado, constituyendo una sola interrelación de negocios controlada por las grandes potencias. Sólo un complejo financiero, tecnológico y militar cubre hoy los territorios habitados por la especie humana, el cual funciona igual en todas partes. Hoy los hombres y las mujeres ya no viven; sólo piensan y se afanan. Han alcanzado la libertad, pero se ven más oprimidos que nunca. Han dominado la materia y la energía; han dominado la naturaleza, cumpliendo, en el concepto de algunos, un mandato bíblico, para comprobar al fin que sólo han logrado construir un mundo sin felicidad, sin justicia, sin amor, sin belleza, deforme, vulgar y agresivo, que ha destruido la trama de la vida en el planeta, hasta el punto que el daño se aproxima ya a las fronteras de lo irreversibles.
Tal es nuestra megacrisis, la crisis del sentido. Pues bien, en medio de este caos, una aproximación cada vez más audaz a la esencia del evangelio, a pesar de que pueda provocar contradicciones y divisiones, a la postre será saludable, fue esa desarticulación de la sociedad constituida en tiempos de Jesús, a la cual Él se refirió en términos que siempre resultarán inquietantes: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa”. Porque en verdad, un examen detenido del paradigma de mundo, hombre y sociedad que se insinúa como respaldo de las enseñanzas de Jesús, no se parece en nada a lo que hemos visto a través de los siglos de historia conocida. Porque lo que Él ofrece, aunque sea perturbador comprobarlo, no es un programa de soluciones a los problemas del mundo, a los cuales, como la experiencia lo enseña, no se ha podido dar solución en la medida que el mundo que los genera es en sí mismo un solo problema insoluble. Lo que Jesús ofrece es otro mundo, que no surge ni se organiza mediante la falaz racionalidad de los hombres y las mujeres, sino que se forma y crece por el poder de Espíritu, que es amor y sabiduría de Dios, el que actúa cuando los hombres buscan refugio en él, cesando en su vano empeño y poniéndose en manos de ese poder que viene de lo alto.
Ese otro mundo, que no es el mundo creado por los hombres y las mujeres, es aquel que en los evangelio se denomina Reino de los Cielos (generado por el cielo en la tierra), o el Reino de Dios, o simplemente el Reino, al cual cabe aplicarle las palabras del apóstol Pablo: “Ni ojo ni oído oyó lo que Dios tiene reservado a los que lo aman”.
Por eso es que debemos considerar a la persona y enseñanza de Jesús en toda su radicalidad sin intentar domesticarlo, porque no hay fórmula, ni teoría, ni ideología ni régimen, modelo, sistema, o lo que fuere, que pueda pretender legitimarse en las enseñanzas de Jesús, que no sea el mundo que nace de Él como piedra fundamental.
………
¿No creen que Jesucristo debiera en este tiempo entrar nuevamente en la sinagoga de Nazaret?
¿No creen que es necesario recuperar la novedad de JESÚS, el EVANGELIO, buenas nuevas constantemente?
¡Cuánto necesitamos de esto!

Nuestro "abandono" al Abba Padre.

Nuestros días están más atentos al pragmatismo, que a las cuestiones esenciales e ideales, hemos ido perdiendo la capacidad de encantarnos con la vida y la posibilidad de que esta sea mucho más posible para todos, pero para los cristianos(as) la vida debe seguir viéndose como un don y debemos agotar todos los medios posibles para que esta siga teniendo todas las razones para vivirse, y si hay algo que nos inspira es esa realidad que nos llegó en el Hijo de Dios, Jesucristo; es ese Reino, que nos demanda la renuncia del pragmatismo y optar por ese ideal de vida que en Cristo si es posible, pero para ello debemos de seguir aprendiendo del Hijo, y de esa relación con su Padre.
Una de las características del pragmatismo, es hacer de las personas un activismo constante, perdiendo la capacidad de escuchar para actuar. En la vida del Hijo de Dios, teniendo como central su relación con el Padre, se destaca esa disposición a escuchar antes que actuar. En el Evangelio de Juan se destacan algunas citas, que nos muestran esta relación: “Yo no hago nada por mi propia cuenta… sino cumplir la voluntad del que me envío” (Jn.5:30; “…el hijo no puede hacer nada por su propia cuenta….porque cualquier cosa que hace el padre, la hace también el hijo…” (Jn.5:19); “….no hago nada por propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado (Jn8:26-28); y por último “… Así todo lo que digo es lo que el Padre me ha ordenado decir” (Jn.12:49-50).
Lo común en lo apuntado anteriormente es el carácter central de la voluntad del Padre y las más completa entrega y sumisión a ella. Nos encontramos reconociendo en el Hijo, que no habla, ni decide, ni juzga ni hace nada por sí mismo, todo finalmente procede del Padre. El comportamiento de Jesús va en contra de la mentalidad pragmática que prevalece en nuestros días, dos cuestiones centrales en su comportamiento lo explicitan: Primero, se coloca en la condición de un buen oyente (quienes son lo que de verdad quieren oír en nuestros días). Segundo, pone fin la necesidad humana de autonomía (quien renuncia a su individualidad y su autodeterminación en nuestros días).
Jesús nos da una lección, primero escucho al Padre y luego actúo, como dice alguien, este comportamiento es una invitación al silencio, a un verdadero retiro constante con el Padre, totalmente ajeno al bullicio y agitación de nuestros días y de nosotros. Esto debiera cuestionar este comportamiento pragmático, por ejemplo, quién escucha aun lo profundo de su propio corazón, para que hablar de esas voces cercanas y distantes, que buscan oídos atentos. Ignacio de Antioquía decía: “es mejor guardar silencio y ser, que tener en abundancia y no ser”. El silencio nos lleva a nuestro interior, logramos conocernos, lo que nos prepara también para conocer a Dios. Cuán necesario es escuchar para mantener buenas relaciones, y si trasladamos esto a la relación Padre-Hijo, nos damos cuento que ello fue fundamental, para que el Hijo viviera esa vida que el Padre había dado para Él, cuántas veces surgieron las voces de la tentación para desviarlo de ella, pero se apartaba, buscaba el silencio y escuchaba al Padre, y regresaba a vivir lo del Padre.
El pragmatismo y nuestras “urgencias”, nos nublan la vista, haciendo por ejemplo de nuestras oraciones un verdadero monologo que dirigimos al Padre, van sólo con nuestra percepción, con la inmediatez de nuestra “realidad” y carencias de todo tipo.
Jesús, todo lo contrario, dio prioridad a la voz del Padre, aun su oración “modelo” nos dice: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt.6:10); que desprendo de ello, que la vida que asumía Jesús, era un verdadero abandono de sí mismo por la voluntad del Padre. Al decir que él no habla, ni juzga ni hace cosa alguna sin oír antes al Padre, así Jesús muestra que no tiene una vida autodeterminada, propia, sino la del Padre, con esto nos estaba enseñando donde estaba la vida, era el don del Padre y debía vivirse según Su Voluntad. La vida que se nos ha dado es para hacer la voluntad del Padre, y para esto necesitamos aprender a escuchar, más que actuar. Dios siempre es nuestro acto primero, nosotros somos sólo acto segundo.
El escuchar a Dios al estilo del Hijo, Jesucristo, nos permitirá dar significado a nuestra propia existencia en una relación genuina con el Padre, y que esto también nos ayude a escucharnos más a nosotros y a nuestro prójimo.
Que el Escuchar al Padre sea para decir: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
*En deuda con varios por lo expuesto.
*Bueno, la idea era terminar con las notas acerca de la “orfandad” y el Padre con la anterior, pero según algunos comentarios, era necesario esta, bueno, que Dios nos acompañe en todo.

De la orfandad a hijos(as) del Abba Padre.

Uno de los descubrimientos que debemos hacer en nuestros días, a la luz de las dos notas anteriores y esta a modo de conclusión, es que debemos descubrirnos como hijos(as) de ese Padre, que se nos ha revelado en el Hijo de Dios, Jesucristo.
Lamentablemente el mundo cristiano se ha convertido en un mundo de adultos, racionales y lógicos, que ha perdido la memoria de saberse hijos(as). Este mundo de adultos es un mundo impersonal, sin vínculos, de gente que desea ser autónoma e independiente, un mundo de “gente grave”. Pero el mundo de los afectos es el de los hijos(as), de los “lokos(as) bajitos(as)”, en donde no existe ni la autonomía ni la impersonalidad, un mundo de “gente que cree”. La identidad de estos está vinculada con la de sus padres, no se siente la vida como propia, sino perteneciente con quienes se convive, no se rompen los vínculos, ya que son esenciales y vitales para su supervivencia y equilibrio.
“Os aseguro que si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de Dios” (Mt.18:3), claramente lo que Jesús está diciendo es que nuestro ingreso en el Reino de Dios es el rescate de nuestra condición de hijos(as). Perder la condición de hijos(as) es una inversión peligrosa en nuestra relación con Dios.
Es tal la orfandad en la que vivimos que cambiamos las relaciones, en vez de convertirnos a Dios el Padre, Él debe convertirse a nosotros, a nuestros intereses y “creencias”, así Cristo termina manipulado por nosotros, convertido Él a nosotros, más que nosotros a Él, en vez de ser nosotros los siervos(as), Él termina siendo siervo nuestro.
Al observar a esos “lokos(as) bajitos(as)” qué descubrimos, que el vivir es ser parte de una estrecha relación de amor, dependencia y obediencia; por tanto, descubrirnos como hijos(as), es encontrar en nosotros esta condición de niños.
Asumo que la infancia para muchos estuvo determinada por la alegría o por la tristeza (abandono, violencia, sufrimiento, críticas, ausencias y privaciones); así que nuestro esfuerzo es borrar esto, con llegar apresuradamente a la vida de adultos, a la conquista de nuestra independencia, para muchos con el sueño de la felicidad; pero terminamos reconociendo que esa infancia aun permanece en nuestro interior, determinando nuestra conducta, valores, intereses y opciones de vida. Encontrarse con el Abba Padre, es también nuestra liberación de nuestra infancia, de nuestra intimidad escondida de los recuerdos de la infancia, es el encuentro con aquel Dios que nos dice soy tu Abba Padre.
Tener a Dios como Padre ha sido impedido muchas veces por los recuerdos de nuestro pasado, por lo mismo se opta por otro tipo de relación con Dios, quizás más conveniente y utilitaria, y terminamos siendo niños adultos inseguros, que optan por la manipulación y el control, en lugar del amor, la entrega y la obediencia. Pero el camino de Jesús, es el camino del Hijo que se relaciona con Su Padre, en una estrecha y renovada relación de amor, dependencia y confianza plena en el Abba Padre.
La obra de Dios en nosotros por medio del Espíritu Santo es, básicamente, la de adoptarnos comos hijos(as) del Padre, del Abba Padre. Esta obra lo considera todo, no sólo la vida actual, adulta y racional, sino nuestra historia, el pasado y todas sus memorias, aun aquellas que están escondidas en alguna grieta olvidada. El apóstol Pablo nos recuerda: “Y no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos(as) que nos permite clamar Abba, Padre. El Espíritu atestigua a nuestro espíritu que somos hijos(as) de Dios.” (Ro.l8:15-16). Todos los derechos y beneficios de hijos(as) están restaurados en nuestra relación con Dios, nuestro Abba Padre.
Necesitamos asumir a Dios como nuestro Padre, no en la perspectiva de los recuerdos y memorias que tenemos de nuestros padres (sea cual sea esa vivencia), sino a partir de la relación que el propio Hijo Jesús tuvo con el Dios, Su Abba, Padre (como lo presentamos en las dos notas anteriores).
Nuestro desafío es ser hijos(as) delante de nuestro Dios, en un mundo que quiere comportarse como adulto, pero que en su interior está un niño(a), que aun no ha sanado, porque no tiene ese Paddre que le diga, tú eres mi hijo(a) amado(a) y en ti me complazco, me alegro.
Gracias a Jesús, la relación con el Abba Padre es más que posible, no olvidando que para entrar en el Reino de Dios debemos ser como niños(as), ya Jesús nos dijo, “de los tales es mi Reino”.
Ese Reino nos pertenece mis estimados(as) “lokos(as) bajitos(as)” para con Dios nuestro Abba Padre.
*En deudas con varios por lo expuesto.