20/9/09

La novedad de Jesús.


“El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha elegido para dar buenas noticias a los pobres Dios me ha enviado a anunciar libertad a los prisioneros, a devolver la vista a los ciegos, a rescatar a los que son maltratados y a decir:”“¡Este es el tiempo que Dios eligió para dar *salvación!’” Lc.4:18-19.
Jesús es un hombre totalmente atípico para su tiempo, del todo atípico, semejante sólo a su primo Juan, llamado el “Bautista”.
Sus palabras y enseñanzas poco tenían que ver con la mentalidad mundana de sus días (el Sermón del Monte, es un buen reflejo de esto). Ej. “¿no es la vida más que el alimento y el cuerpo, más que el vestido?.
Es sorprendente que Jesús no enseñó nada que pueda autorizarnos a pensar que su intención fue promover, perfeccionar o espiritualizar la civilización humana. Lo que quiere en el fondo es inaugurar un nuevo mundo, en el cual la historia humana cesa de ser como se ha dado a través de los siglos.
Sin duda Jesucristo es el personaje más celebre de cuantos registra la historia, pero, en esta celebridad, sobre la cual hay un consenso formal al menos, no hay claridad sobre el mundo hacia el cual está orientada su enseñanza, ni hasta qué punto esa enseñanza es extraña y opuesta a este mundo que los hombres hemos construido.
El cristianismo durante muchos siglos creó una base espiritual y ética, la cual, a pesar de los abusos del poder, estaba bien asentada en los pueblos occidentales. Hoy esa base ha sido demolida, de manera que la relativa independencia que esos pueblos tenían respecto de lo que acontecía en las cúpulas del poder, hoy se ha perdido. Los valores vividos se han derrumbado y el poder que hoy rige al mundo, inseparable del dinero, que finalmente no es sino el dinero mismo, se hace cada vez más hegemónico.
De las grandes culturas históricas, incluida la occidental, ya de hecho, poco o nada es lo que queda. El mundo se ha ecualizado, constituyendo una sola interrelación de negocios controlada por las grandes potencias. Sólo un complejo financiero, tecnológico y militar cubre hoy los territorios habitados por la especie humana, el cual funciona igual en todas partes. Hoy los hombres y las mujeres ya no viven; sólo piensan y se afanan. Han alcanzado la libertad, pero se ven más oprimidos que nunca. Han dominado la materia y la energía; han dominado la naturaleza, cumpliendo, en el concepto de algunos, un mandato bíblico, para comprobar al fin que sólo han logrado construir un mundo sin felicidad, sin justicia, sin amor, sin belleza, deforme, vulgar y agresivo, que ha destruido la trama de la vida en el planeta, hasta el punto que el daño se aproxima ya a las fronteras de lo irreversibles.
Tal es nuestra megacrisis, la crisis del sentido. Pues bien, en medio de este caos, una aproximación cada vez más audaz a la esencia del evangelio, a pesar de que pueda provocar contradicciones y divisiones, a la postre será saludable, fue esa desarticulación de la sociedad constituida en tiempos de Jesús, a la cual Él se refirió en términos que siempre resultarán inquietantes: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa”. Porque en verdad, un examen detenido del paradigma de mundo, hombre y sociedad que se insinúa como respaldo de las enseñanzas de Jesús, no se parece en nada a lo que hemos visto a través de los siglos de historia conocida. Porque lo que Él ofrece, aunque sea perturbador comprobarlo, no es un programa de soluciones a los problemas del mundo, a los cuales, como la experiencia lo enseña, no se ha podido dar solución en la medida que el mundo que los genera es en sí mismo un solo problema insoluble. Lo que Jesús ofrece es otro mundo, que no surge ni se organiza mediante la falaz racionalidad de los hombres y las mujeres, sino que se forma y crece por el poder de Espíritu, que es amor y sabiduría de Dios, el que actúa cuando los hombres buscan refugio en él, cesando en su vano empeño y poniéndose en manos de ese poder que viene de lo alto.
Ese otro mundo, que no es el mundo creado por los hombres y las mujeres, es aquel que en los evangelio se denomina Reino de los Cielos (generado por el cielo en la tierra), o el Reino de Dios, o simplemente el Reino, al cual cabe aplicarle las palabras del apóstol Pablo: “Ni ojo ni oído oyó lo que Dios tiene reservado a los que lo aman”.
Por eso es que debemos considerar a la persona y enseñanza de Jesús en toda su radicalidad sin intentar domesticarlo, porque no hay fórmula, ni teoría, ni ideología ni régimen, modelo, sistema, o lo que fuere, que pueda pretender legitimarse en las enseñanzas de Jesús, que no sea el mundo que nace de Él como piedra fundamental.
………
¿No creen que Jesucristo debiera en este tiempo entrar nuevamente en la sinagoga de Nazaret?
¿No creen que es necesario recuperar la novedad de JESÚS, el EVANGELIO, buenas nuevas constantemente?
¡Cuánto necesitamos de esto!

Nuestro "abandono" al Abba Padre.

Nuestros días están más atentos al pragmatismo, que a las cuestiones esenciales e ideales, hemos ido perdiendo la capacidad de encantarnos con la vida y la posibilidad de que esta sea mucho más posible para todos, pero para los cristianos(as) la vida debe seguir viéndose como un don y debemos agotar todos los medios posibles para que esta siga teniendo todas las razones para vivirse, y si hay algo que nos inspira es esa realidad que nos llegó en el Hijo de Dios, Jesucristo; es ese Reino, que nos demanda la renuncia del pragmatismo y optar por ese ideal de vida que en Cristo si es posible, pero para ello debemos de seguir aprendiendo del Hijo, y de esa relación con su Padre.
Una de las características del pragmatismo, es hacer de las personas un activismo constante, perdiendo la capacidad de escuchar para actuar. En la vida del Hijo de Dios, teniendo como central su relación con el Padre, se destaca esa disposición a escuchar antes que actuar. En el Evangelio de Juan se destacan algunas citas, que nos muestran esta relación: “Yo no hago nada por mi propia cuenta… sino cumplir la voluntad del que me envío” (Jn.5:30; “…el hijo no puede hacer nada por su propia cuenta….porque cualquier cosa que hace el padre, la hace también el hijo…” (Jn.5:19); “….no hago nada por propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado (Jn8:26-28); y por último “… Así todo lo que digo es lo que el Padre me ha ordenado decir” (Jn.12:49-50).
Lo común en lo apuntado anteriormente es el carácter central de la voluntad del Padre y las más completa entrega y sumisión a ella. Nos encontramos reconociendo en el Hijo, que no habla, ni decide, ni juzga ni hace nada por sí mismo, todo finalmente procede del Padre. El comportamiento de Jesús va en contra de la mentalidad pragmática que prevalece en nuestros días, dos cuestiones centrales en su comportamiento lo explicitan: Primero, se coloca en la condición de un buen oyente (quienes son lo que de verdad quieren oír en nuestros días). Segundo, pone fin la necesidad humana de autonomía (quien renuncia a su individualidad y su autodeterminación en nuestros días).
Jesús nos da una lección, primero escucho al Padre y luego actúo, como dice alguien, este comportamiento es una invitación al silencio, a un verdadero retiro constante con el Padre, totalmente ajeno al bullicio y agitación de nuestros días y de nosotros. Esto debiera cuestionar este comportamiento pragmático, por ejemplo, quién escucha aun lo profundo de su propio corazón, para que hablar de esas voces cercanas y distantes, que buscan oídos atentos. Ignacio de Antioquía decía: “es mejor guardar silencio y ser, que tener en abundancia y no ser”. El silencio nos lleva a nuestro interior, logramos conocernos, lo que nos prepara también para conocer a Dios. Cuán necesario es escuchar para mantener buenas relaciones, y si trasladamos esto a la relación Padre-Hijo, nos damos cuento que ello fue fundamental, para que el Hijo viviera esa vida que el Padre había dado para Él, cuántas veces surgieron las voces de la tentación para desviarlo de ella, pero se apartaba, buscaba el silencio y escuchaba al Padre, y regresaba a vivir lo del Padre.
El pragmatismo y nuestras “urgencias”, nos nublan la vista, haciendo por ejemplo de nuestras oraciones un verdadero monologo que dirigimos al Padre, van sólo con nuestra percepción, con la inmediatez de nuestra “realidad” y carencias de todo tipo.
Jesús, todo lo contrario, dio prioridad a la voz del Padre, aun su oración “modelo” nos dice: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt.6:10); que desprendo de ello, que la vida que asumía Jesús, era un verdadero abandono de sí mismo por la voluntad del Padre. Al decir que él no habla, ni juzga ni hace cosa alguna sin oír antes al Padre, así Jesús muestra que no tiene una vida autodeterminada, propia, sino la del Padre, con esto nos estaba enseñando donde estaba la vida, era el don del Padre y debía vivirse según Su Voluntad. La vida que se nos ha dado es para hacer la voluntad del Padre, y para esto necesitamos aprender a escuchar, más que actuar. Dios siempre es nuestro acto primero, nosotros somos sólo acto segundo.
El escuchar a Dios al estilo del Hijo, Jesucristo, nos permitirá dar significado a nuestra propia existencia en una relación genuina con el Padre, y que esto también nos ayude a escucharnos más a nosotros y a nuestro prójimo.
Que el Escuchar al Padre sea para decir: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
*En deuda con varios por lo expuesto.
*Bueno, la idea era terminar con las notas acerca de la “orfandad” y el Padre con la anterior, pero según algunos comentarios, era necesario esta, bueno, que Dios nos acompañe en todo.

De la orfandad a hijos(as) del Abba Padre.

Uno de los descubrimientos que debemos hacer en nuestros días, a la luz de las dos notas anteriores y esta a modo de conclusión, es que debemos descubrirnos como hijos(as) de ese Padre, que se nos ha revelado en el Hijo de Dios, Jesucristo.
Lamentablemente el mundo cristiano se ha convertido en un mundo de adultos, racionales y lógicos, que ha perdido la memoria de saberse hijos(as). Este mundo de adultos es un mundo impersonal, sin vínculos, de gente que desea ser autónoma e independiente, un mundo de “gente grave”. Pero el mundo de los afectos es el de los hijos(as), de los “lokos(as) bajitos(as)”, en donde no existe ni la autonomía ni la impersonalidad, un mundo de “gente que cree”. La identidad de estos está vinculada con la de sus padres, no se siente la vida como propia, sino perteneciente con quienes se convive, no se rompen los vínculos, ya que son esenciales y vitales para su supervivencia y equilibrio.
“Os aseguro que si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de Dios” (Mt.18:3), claramente lo que Jesús está diciendo es que nuestro ingreso en el Reino de Dios es el rescate de nuestra condición de hijos(as). Perder la condición de hijos(as) es una inversión peligrosa en nuestra relación con Dios.
Es tal la orfandad en la que vivimos que cambiamos las relaciones, en vez de convertirnos a Dios el Padre, Él debe convertirse a nosotros, a nuestros intereses y “creencias”, así Cristo termina manipulado por nosotros, convertido Él a nosotros, más que nosotros a Él, en vez de ser nosotros los siervos(as), Él termina siendo siervo nuestro.
Al observar a esos “lokos(as) bajitos(as)” qué descubrimos, que el vivir es ser parte de una estrecha relación de amor, dependencia y obediencia; por tanto, descubrirnos como hijos(as), es encontrar en nosotros esta condición de niños.
Asumo que la infancia para muchos estuvo determinada por la alegría o por la tristeza (abandono, violencia, sufrimiento, críticas, ausencias y privaciones); así que nuestro esfuerzo es borrar esto, con llegar apresuradamente a la vida de adultos, a la conquista de nuestra independencia, para muchos con el sueño de la felicidad; pero terminamos reconociendo que esa infancia aun permanece en nuestro interior, determinando nuestra conducta, valores, intereses y opciones de vida. Encontrarse con el Abba Padre, es también nuestra liberación de nuestra infancia, de nuestra intimidad escondida de los recuerdos de la infancia, es el encuentro con aquel Dios que nos dice soy tu Abba Padre.
Tener a Dios como Padre ha sido impedido muchas veces por los recuerdos de nuestro pasado, por lo mismo se opta por otro tipo de relación con Dios, quizás más conveniente y utilitaria, y terminamos siendo niños adultos inseguros, que optan por la manipulación y el control, en lugar del amor, la entrega y la obediencia. Pero el camino de Jesús, es el camino del Hijo que se relaciona con Su Padre, en una estrecha y renovada relación de amor, dependencia y confianza plena en el Abba Padre.
La obra de Dios en nosotros por medio del Espíritu Santo es, básicamente, la de adoptarnos comos hijos(as) del Padre, del Abba Padre. Esta obra lo considera todo, no sólo la vida actual, adulta y racional, sino nuestra historia, el pasado y todas sus memorias, aun aquellas que están escondidas en alguna grieta olvidada. El apóstol Pablo nos recuerda: “Y no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos(as) que nos permite clamar Abba, Padre. El Espíritu atestigua a nuestro espíritu que somos hijos(as) de Dios.” (Ro.l8:15-16). Todos los derechos y beneficios de hijos(as) están restaurados en nuestra relación con Dios, nuestro Abba Padre.
Necesitamos asumir a Dios como nuestro Padre, no en la perspectiva de los recuerdos y memorias que tenemos de nuestros padres (sea cual sea esa vivencia), sino a partir de la relación que el propio Hijo Jesús tuvo con el Dios, Su Abba, Padre (como lo presentamos en las dos notas anteriores).
Nuestro desafío es ser hijos(as) delante de nuestro Dios, en un mundo que quiere comportarse como adulto, pero que en su interior está un niño(a), que aun no ha sanado, porque no tiene ese Paddre que le diga, tú eres mi hijo(a) amado(a) y en ti me complazco, me alegro.
Gracias a Jesús, la relación con el Abba Padre es más que posible, no olvidando que para entrar en el Reino de Dios debemos ser como niños(as), ya Jesús nos dijo, “de los tales es mi Reino”.
Ese Reino nos pertenece mis estimados(as) “lokos(as) bajitos(as)” para con Dios nuestro Abba Padre.
*En deudas con varios por lo expuesto.

De la orfandad al “Abba Padre”.

Siguiendo al apóstol Pablo, destaca dos resultados de la obra del Espíritu Santo, que nos ponen en relación con Dios: Decir que “Cristo es el Señor” y “Abba Padre”. Estas declaraciones muestran la obra por esencia del Espíritu Santo en nosotros. La iglesia es el vínculo con el Padre, por medio del Hijo, creado por el Espíritu Santo.
En esencia se ha llegado a definir al cristianismo como el conocimiento de Dios como nuestro Padre; por tanto, debiera ser esto el impulso de su adoración, misión, oración, la manera de percibir la vida, etc., si no es así, no se entiende el cristianismo.
Como dice J.I. Packer, todo lo que enseñó Jesús, se resume en el conocimiento de la paternidad de Dios, “Padre es el nombre cristiano para Dios”. De esta manera, hay que asumir, que este conocimiento no nace de una experiencia personal, sino mediante la revelación del Hijo por el Espíritu Santo, para llegar a pronunciar esas palabras sublimes, Dios es mi Padre. Es el Hijo quien nos acercó al Padre en el Espíritu (Jn.14:9).
Nuestras experiencias de paternidad pueden ser quizás positivas o negativas, pero esas no se condicen con la paternidad de Dios, es otra realidad, no hay comparación, se trata de una revelación del Hijo de Dios en nosotros. Dios es nuestro Padre porque nos adoptó en el Hijo, dándonos el Espíritu que nos lleva a decir “Abba Padre”. Es la relación de Cristo con el Padre el modelo y el camino de nuestra relación con Dios el Padre.
“Abba Padre”, nos habla de intimidad y reverencia. Hablar de intimidad en nuestros días, no es fácil, ya que lo que generalmente se entiende por ella, no es más que una pobre comprensión emocional y muchas veces bajo el énfasis de alcanzar ventajas personales, finalmente se ha transformado en un instrumento de manipulación y obtención de gratificación personal.
Jesús nunca usó su relación con su Padre para sacar provechos personales, sino era un asunto de obediencia y sumisión al Padre. Jesús el Hijo, nos muestra una nueva forma de relacionarse con Dios. No hay que olvidar que la pronunciación por parte de Jesús de su “Abba Padre”, fue en el Getsemaní, “…todo es posible para ti… pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mr.14:36). Es una relación de rendición en completa obediencia y sumisión. El “Abba Padre”, no es usado por Él para beneficio personal, para exigir derechos y esperar favores, todo lo contrario, en Él, es reverencia, humildad y sumisión, hay una rendición a los afectos, protección, cuidado y amor del Padre.
Nuestro mundo postmoderno aborrece de la sumisión y de la rendición a voluntades ajenas, vivimos en una era de “pequeños dictadores”, cada cual ordenando su mundo, la búsqueda de la realización personal sin pautas absolutas y reveladas, es ajeno a la experiencia humana de hoy; por tanto, para qué enfatizar el ser tal cual es en todo su valor, sólo terminamos enfatizando el hacer y el tener, y es tan notorio esto que cuando nos presentamos, lo hacemos a partir de lo que hacemos y tenemos, hay una renuncia al ser, lo más seguro, porque no nos sabemos, no tenemos el verdadero referente que nos diga quienes somos, hemos perdido esa relación que decía, “este es mi hijo(a) amado(a) en quien me complazco”, así que buscamos equivocadamente en otros “referentes” nuestro ser, lo que habla de lo perdidos que estamos.
Cuando nos acercamos a Dios, cómo lo hacemos, ¿qué estamos diciendo cuando oramos a Dios como “Abba Padre”? Lo hacemos para sacar provecho utilitario de Dios, rebajándolo a una simple relación mundana, para recibir sus favores o estamos buscando una rendición y reverencia para Él. Nunca estará en duda el poder de Dios, ni menos su voluntad de querer lo mejor para nosotros, sino cuáles son nuestras motivaciones al acercarnos a Él.
La experiencia relacional entre padre e hijos, nos enseña que los primeros generalmente están optando por lo mejor para sus hijos, aun con sus negativas, cuanto más Dios el Padre, pero mi problema es la actitud de hijos(as) ante este Padre. Que lejos estamos del modelo y camino que nos muestra Jesús el Hijo, que sea tu voluntad y no la mía, mi rendición a ti en todo.
Cuando se busca al Padre sólo por lo que se puede obtener de Él, finalmente la relación termina siendo utilitaria, donde los afectos se pierden, termina siendo una relación impersonal, frágil y menos íntima, terminamos dependiendo de las manifestaciones externas, más que de las internas, en donde la condición de hijo(a) ante el Padre pierde su razón de ser y las convicciones que la sustentan.
Cuantos de nosotros nunca hemos ido en pos de una relación más íntima, afectiva y personal con Dios el Padre.
Si el cristianismo es en esencia conocer a Dios como Padre, de qué nos serviría llevar a cabo todas las “acciones cristianas”, “amor y servicio al prójimo”, si estas no surgen de esa profunda relación con el Padre, quien es la fuente de todo lo que existe y bueno para nosotros.
¿Cuánto necesitamos un Getsemaní personal? Para decir, que se haga tu voluntad en mí, porque se que eres de verdad mi Padre ... “Abba Padre, todas las cosas son posibles para ti…..mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Mr.14:36).
*En deuda con varios por lo expuesto.

Dios y la orfandad de la vida.

En nuestros días al parecer la vida cristiana necesita más e intensos estímulos para participar de manera comprometida en todo aquello relacionada con ella, terminando en una verdadera obsesión por la experiencia personal como camino para el conocimiento de Dios, perdiendo de vista el lugar y el significado de la relación personal en la vida del cristiano y la cristiana.
No siempre la euforia que produce la experiencia es sinónimo de vitalidad en nosotros.
Jesús nos invita a desarrollar una relación de amor y amistad, de la misma calidad que el Padre tiene con el Hijo, en esta está la base para la correcta relación entre Dios y nosotros.
En medio de tanta orfandad en la vida actual, el descubrimiento de la relación Padre-Hijo, nos orienta para una vida y experiencia más humana, personal y espiritual, con Dios y nuestro prójimo.
Nuestros días necesitan descubrir la paternidad que hay en Dios, porque Él en esencia es relacional, lo entendemos así en la Trinidad, la relaciones perfectas en su Ser. Pero también está el hecho del lugar que ocupa el Padre en la vida y misión del Hijo, llegando a decir Jesús, “mi comida es hacer tu voluntad”. Ya sabemos que la comida habla de la dependencia que existe en la existencia humana. Para Jesús su vida y misión, fue la del Padre, no la personal, sólo tomó la de Su Padre.
Nuestros días son de orfandad, llenos de medios de comunicación y redes, pero de pobreza relacional, demasiado individualista, y ajenos al sentido de comunidad que hay en Dios, desarrollando relaciones utilitarias y funcionales, llenándonos de actividades, para tapar los espacios y lagunas que dejan nuestras carencias de afecto y buenas relaciones.
Es aquí donde resalta Jesús, quien encontró su realización personal, no en sí mismo, sino en su relación, su obediencia y sumisión al Padre. Una completa identificación con el Padre posibilitó la calidad de vida que observamos en él, un ser humano completamente satisfecho en lo que era y hacía; era la relación de amor y amistad lo relevante para Jesús y no las cosas que hacemos o poseemos, por muy importantes que estas hayan sido.
Cuando Jesús fue bautizado se escuchó esa voz: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, palabras que trajeron significado a su vida y vocación, el modo como habría de conducirse, su vida pertenecía al Padre, de quién recibe el amor y el gozo por la vida.
En las tentaciones, Jesús lo primero que tuvo que enfrentar fue la pregunta del tentador: “Si eres Hijo de Dios”, no es el milagro o la experiencia, sino la calidad de la relación la probada, la duda se pone en la voz: “Éste es mi hijo amado”, lo que se cuestiona es la relación con el Padre. La tentación no ajena a nosotros, es romper la relación, la sumisión y la comunión con Dios.
La respuesta del Hijo es clara, lo importante era la calidad de la relación con el Padre, porque si esta se rompe, el resto es cosa de tiempo. Es así en nosotros, cuando se rompe la relación, el paso siguiente es ceder, en cambio Él no dio lugar a la duda acerca de la voz del Padre.
Generalmente, la inseguridad afectiva nos lleva a desear y tener aquello, que quizás nos ayude a experimentar que somos amados y aceptados, por lo mismo nos llenamos de experiencias, pero dejando en evidencia la fragilidad que hay en nosotros.
Para Jesús fue suficiente la voz, “eres mi Hijo amado”; por tanto, no dio lugar a la falsas voces, no necesitaba andar probando nada, su relación con el Padre era suficiente evidencia de complacencia y gozo.
Aquí debemos aprender de Jesús, ante tanta orfandad de la vida en nuestros días, Él encontró en la relación con el Padre toda su realización.
Quizás necesitamos escuchar esa voz en lo profundo de nuestro ser, que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, para una vivencia más humana y espiritual, ante tanta carencia de verdaderas relaciones que nos lleven a verdadera realización.
La Paternidad que hay en Dios podrá terminar con tanta orfandad que experimentamos constantemente, y que está ahí esperando, como en la parábola del hijo prodigo. Quizás debamos recordar que en esta vida somos eso, pródigos en busca del verdadero Padre, quién está con los brazos abiertos esperando por cada uno de nosotros.
*Debo a varios algunas de las ideas expuestas aquí, pero de esta manera también crecemos.

El Dios de la vida y misión en comunidad.

Los tiempos que vivimos han producido una sociedad que destruye la trascendencia y la significación, y con ello se destruye la comunidad, lo que trae consigo la desintegración social, que la vemos evidenciada de diversas maneras, pero que en términos generales termina alejando al ser humano de su prójimo, terminando en una sociedad individualista, en donde priman los derechos y gustos personales, quedando excluido del medio toda posibilidad de construir comunidad.
Lo anterior no nos debe extrañar, porque desde que el ser humano salió del Edén estamos viviendo esta situación, el tema es cómo construir comunidad, sentido de pertenencia mutua, de compartir la vida generando el sentido de comunidad y particularmente el coparticipar en la construcción de una sociedad más humana y accesible para mí y mí prójimo.
Siguiendo las reflexiones anteriores con el “caso” de Moisés, llegamos a un momento clave que nos relata el pasaje de Ex. 4: 13-17. Dios estaba respondiendo a las excusas de Moisés, pero a veces con nuestras excusas comenzamos a copar la paciencia de Dios. Dios nos ha dado una vida, nos ha llamado a participar de su misión, nos ha dotado con su poder, nos ha dado los recursos de su Reino, pero igual seguimos excusándonos delante de Él; en su invitación a participar de la vida y misión que nos trae.
Moisés le dice a Dios, en realidad envía al mejor (v. 13), porque yo no estoy apto para la misión, Jehová Dios responde:
“¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios.”
Que interesante que la vida y misión que le corresponde a Moisés, Dios la coloca en el contexto de la comunidad, del hermano, de la hermana, del pueblo de Dios, de la iglesia. Dios envía a Moisés, pero lo pone en el contexto de la comunidad, porque la misión tiene que ver con transformar las realidades caídas, a partir de la vivencia de ser transformado, redimido, liberado, porque se trata de formar un nuevo pueblo, una nueva comunidad , de lo caído a lo restaurado; por lo mismo debemos entender que la misión siempre es comunitaria e integral, no individualista y parcial, por eso Moisés debe aprender a descubrir que el servicio es con su hermano, con su hermana, con el pueblo de Dios, para ser modelo de todo aquello que Dios quiere hacer con la humanidad.
La restauración del sentido de comunidad en esta oportunidad pasa por el hecho de reconocerse que sólo no se puede, pero Moisés no estaba consciente de esto, había perdido el sentido de comunidad, estaba ensimismado en su individualidad, cuestión no extraña en el ser humano, pero aquí es cuando surge Dios con su respuesta, ‘la vida no la puedes desarrollar sólo’, necesitas de tu hermano y de tu hermana. Es Dios quien restaura en él, el sentido de comunidad, llevar a cabo la misión de su vida en la comunidad, con aquel que puede estar a nuestro lado y con ello dar testimonio de lo que Dios quiere hacer, construir comunidad, no eludiendo el amor en un mundo sin amor.
Que interesante esto, ya que el mismo Jesús cuando dio a conocer su misión, la puso en el contexto de la comunidad que hay en Dios, evidenciado esto en su declaración de misión en Lc. 4:18-19, y era la única forma de llevarla a cabo, esa misión que habla de lo que Dios quiere hacer con la humanidad, traer transformación de toda la realidad, redimiendo a una humanidad sin sentido de comunidad. Aquí está el eco del Edén, no es bueno que el ser humano este solo; por tanto, no reducimos la lectura sólo a la realidad de la pareja, ya que esta, es la mejor evidencia del anhelo de Dios de que el ser humano viva en comunidad, con sentido de hermandad.
Lo anterior nos debiera cuestionar el modo como estamos construyendo iglesia en un mundo afectado por el individualismo y la soledad, ya que fácilmente la iglesia se ve afectada por las “formas mundanas”, y termina siendo expresión de lo que ocurre fuera de ella, negándose la oportunidad de dar testimonio de lo que Dios en Cristo ha traído a este mundo caído, una comunidad de hermanos, pero yendo más allá, en palabras de Jesús, “ahora sois mis amigos”, una comunidad de amigos.
Moisés debió depender de su hermano Aarón, que increíble, el “líder” dependiendo de un subalterno, esto es contracultura, el punto es hasta donde estamos dispuestos a que esto sea así, que mi hermano(a) camine conmigo y que juntos construyamos comunidad, como era su caso, un nuevo pueblo que estaba dando a luz, de la esclavitud a la ciudadanía, que en medio de tanta individualidad, como era el caso de Egipto, en donde el Faraón era el centro de todo y al resto se le negaba su condición de persona, surge una realidad opuesta, hermanos y hermanas construyendo juntos comunidad, sentido de pertenencia mutua.
Si decimos que Dios es amor y que nos trae en Cristo comunidad, y que se está creando una nueva humanidad, una nueva comunidad, en donde las distintas barreras que dividen a la humanidad y que la terminan alienando, han desaparecido; debemos considerar como estamos construyendo iglesia en nuestros días, no olvidando que debe ser expresión de verdadera comunidad, y de esta manera ser señal de la realidad que Dios nos ha traído en Cristo, su Reino.
Moisés debió aprender a convivir con su hermano(a), construyendo esa nueva comunidad que Dios les estaba trayendo como un don de Él. Que nosotros en nuestros días no perdamos la oportunidad de ser parte de una comunidad donde se nos siga tratando de hermanos y hermanas.

Dios y el poder del servicio.

Continuando con la nota anterior…. Pareciera que Moisés no acepta su vida, no acepta la vocación que Dios le está dando, se sabe, se siente limitado para el llamado que Dios le hace a su vida. Tendríamos que reconocer que lo que trae Dios siempre nos sobrepasa, y deja en evidencia la necesidad de Él en nuestras vidas y el reconocimiento que sin Él no podemos.
Pareciera que Moisés está diciendo, ¿qué voy a ser con una simple vara? En el ver. 10 dice:
“¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua”. Aquí vemos a un ser humano que se esta limitando, que ante el desafío de participar del Reino de Dios, de la libertad del Reino, no encuentra en él los medios para llevar adelante lo que Dios espera de él. Pareciera que esto no está lejos de nuestras vivencias.
La respuesta de Dios es (vers. 11-12):
“Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.”.
Dios ya le había dicho en Ex. 3:12…. “Ve, porque yo estaré contigo….”
Siempre nuestras excusas nos limitan, Dios le respondió a Moisés cuentas conmigo, yo soy el creador de todo, yo estaré contigo, con tu boca, te enseñaré lo que debes de hablar…. Por qué limitarse si el Reino le pertenece a Él y se nos permite participar de esta extraordinaria realidad.
Moisés recibe el desafío de conocer a ese Dios de poder, que hizo todo lo que existe, pero también es el Dios que acompaña en las limitaciones; no trayendo la solución a la limitación, todo lo contrario, dejando está como recordatorio de nuestra dependencia de Él. El apóstol Pablo debió aprender de esto; “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2Co.12:9).
Dios nos da una vocación, trae su Reino a nuestras vidas, y con ello llega el poder del Reino, el servicio. ¿Qué tenemos en nuestras manos? Tenemos a un Dios con su poder, que nos capacita para servir en su Reino.
Sí, el servicio es un poder, pero que está ausente en nuestro medio, también estaba ausente en los días de Moisés. Es un poder, en el sentido que reconstruye uno de los propósitos básicos de la vida, el amor a Dios y el amor al prójimo, y cuando lo ejercemos terminamos transformados, ya no centrados en nosotros (supuestas limitaciones), sino asumiendo nuestra condición y la de nuestro prójimo, y por sobre todo la de Dios, que nos lleva a nuestra propia transformación personal.
Aquí está nuestro problema, pensamos que servir a las personas se debe llevar a cabo contando con todos los dones (capacidades) y recursos, cuando en realidad, lo que necesita nuestro prójimo y espera Dios de nosotros, es sólo lo que hay en nuestras manos (“vara”).
Nuestros días dejan en evidencia la crisis del servicio, nuestra cultura individualista está engendrando personas que priorizan el ego, tal como Moisés … yo no puedo hacer aquello…, pero de manera invertida, ya que en el hoy, deseamos que el mundo nos facilite la vida sin demandar nada a cambio, y obviamente menos servicio de nuestra parte.
El pasaje de Hch.1:6-8, nos muestra como el poder para servir en el Reino ha llegado, ahí están los discípulos, a la espera, pero que cuando vino Dios a ellos, descubrieron que si podían ir en el servicio a todos aquellos necesitados de Dios…. Como dice Hechos más adelante hasta lo último de la tierra.
¿Qué tenemos en nuestras manos? Tenemos una vida, tenemos un poder, el poder de Dios, tal cual fue prometido a aquellos que estaban con Jesús en el momento de su ascensión.
Moisés descubrió el servicio en dependencia y el poder de Dios, estaba descubriendo que lo que Dios quería era disposición para el servicio, el resto le competía a Él; pero además Moisés descubrió, que si podía ser un siervo de Dios, realidad que sólo se expresaba en el servicio a su prójimo, los esclavos de Egipto, que llegarían a ser ciudadanos del Reino de Dios, gracias al servicio del siervo Moisés.
Nuestro mundo está a la espera de siervos(as) que estén dispuestos a negarse a sí mismos, a pasar por alto sus limitaciones y depender de Dios para participar de aquella empresa ajena al mundo de hoy, servir al prójimo con los recursos que vienen de Dios, y que permiten que nuestro prójimo, la realidad y por sobre todo nosotros veamos algo diferente, el obrar de Dios.
Se cuenta la siguiente historia de Teresa de Calcuta, no sigo su doctrina y teología, pero si valoro y respeto su vocación y servicio al prójimo. Teresa de Calcuta cuenta que un día había escuchado de un hombre muy pobre, triste, en el segundo piso de uno de los edificios de la India, donde todo está amontonado. Subió la escalera y, al llegar a esa pieza, golpeó y entró. Era una pequeña pieza oscura, con las cortinas cerradas. Las abrió, y todo estaba sucio. Ella le preguntó al hombre: “¿Quieres que le limpié la pieza?”
El hombre le dijo: “No sé para qué. Nadie me visita”.
Ella se sentó al lado de su cama por un buen rato. Y después de un rato el hombre le dijo: “Si quieres hazlo”.
Ella limpió esa pieza en unas horas. En un rinconcito encontró una lamparita, cubierta de tierra. La limpió y la puso al lado de su cama, y preguntó: “¿Quieres que prenda la lámpara”?
Él le dijo: “Si escucho una voz humana cada día, puedes prenderla”. Ella la prendió y se fue.
Cada día una hermana de Teresa de Calcuta subía esa escalera para leer, tomarle la mano, orar con este hombre. Y un día -cuenta Teresa de Calcuta- recibí una notita que decía: “La luz que prendiste en mi vida, sigue encendida”.
Moisés tuvo que aprender a ser siervo con sus limitaciones y carencias, pero contando con Dios y su poder del Reino para aquello. Interesante que Dios lo usó para encender la vida de un grupo de esclavos, que se transformaron en ciudadanos de ese reino que Dios hasta el día de hoy sigue estableciendo y extendiendo en este mundo, y esperando que nosotros seamos siervos(as) de aquel que está marginado y excluido de esta realidad.
Quizás Dios espera vernos a nosotros como tales, un poco menos de ego y más servicio, deje ver esa luz que encontró aquel marginado y postrado de Calcuta, y aun el propio Moisés, y que nuestro prójimo está a la espera de ella; quizás no sólo nuestro prójimo, lo más seguro que nosotros también, para hacer de ella algo mucho más significativa. Vayamos en pos de esa libertad que sólo el servicio trae a la vida.

El Dios del don de la vida y la vocación....

No hay ser humano que no experimente la crisis vocacional, la crisis del servicio y la crisis de la misión que le compete en este mundo, ya conocemos la problemática de la falta de sentido, falta de realización personal y de satisfacción, cuando esto esta presente se termina en la mayor de las angustias y terminamos huyendo de nosotros mismos, esa es la falta de vocación, la falta de servicio y la falta de misión.
En el pasaje de Ex.4, nos encontramos con el llamado de Moisés, Dios lo llama a extender el Reino, a vivir la libertad del Reino, pero no es sólo el llamado a extender la libertad del Reino para el pueblo de Dios, sino que es también el descubrimiento de su propia libertad, la libertad de los falsos reinos construidos por él, es un encontrarse consigo mismo, con el verdadero Moisés.
Cuando Moisés fue llamado a la extensión del Reino, a la libertad del Reino, a ser la persona indicada para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, se lleno de excusas……v.1 “He aquí que ellos no me creerán, no oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová. La respuesta de Dios fue:v.2. “¿Qué tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara.
No era casualidad la vara en la mano de Moisés, este se había convertido en pastor, en un cuidador de los rebaños de su suegro Jetro, en la tierra de Madián había descubierto una vocación. La vocación, aquello con lo cual encontramos un sentido de ser y hacer, la vocación habla de quienes somos y lo que hacemos. La vara para Moisés era su vocación, su vida, su trabajo. En la vara estaba la vocación de Moisés y con ella debía servir a Dios, ser un pastor.
El Dios que se revela a Moisés es el mismo Dios de los patriarcas, de Abraham, Isaac y Jacob, se trata del Dios que se interesa por la situación del pecador, del débil y marginado, sin perder lo grande de Él y su trascendencia, que se manifiesta en el fuego, haciendo de aquel lugar algo sagrado, pero es el Dios ahora de Moisés, no es sólo un Dios de los grandes del pasado, también es el Dios del presente, aun de los pequeños, ahora es el Dios de uno que estaba tratando de encontrar su sentido de ser y hacer en aquel lugar de Madián, lugar ajeno quizás a sus sueños de infancia y joven, quizás anhelando un sentido de vida diferente.
El encuentro con Dios, posibilitó a Moisés descubrir la vida y lo que Dios puede hacer con ella. El relato continúa con el episodio de la vara que se convierte en culebra y de la lepra en el pecho de Moisés, ahora él comienza a descubrir las sorpresas de Dios en la vida y lo que puede hacer con ella, de esta manera Dios mostraba lo que podía hacer con su vida, una vida usada para el Reino, para la extensión y proclamación de lo que Dios quería hacer con la humanidad, traer libertad y salvación a aquellos que estaban excluidos de la vida, los esclavos israelitas en Egipto.
Moisés descubre que Dios reorienta nuestras vidas para su Reino, Dios reorienta nuestras vocaciones para su Reino. Al apóstol Pedro se le dice, no serás más pescador
sino un pescador de hombres……
El apóstol Pablo, de un Saulo de Tarso al apóstol de los gentiles, que para poder sobrevivir se transformó en un fabricante de tienda….
Moisés descubre su llamado de ser y hacer, una vocación, que es sólo posible bajo las definiciones de Dios para ella.
El qué hacer en la vida, termina cuando viene Dios a la vida del ser humano.
¿Qué tenemos en nuestras manos? Nadie puede negar la realidad de su vida, así como Moisés tuvo que reconocer que había una vara, que dejaba en evidencia lo que era, hoy Dios nos recuerda las varas que hay nosotros y con ellas debemos responder al Reino de Dios, reconocer que Él nos ha dado una vida y con ella debemos reorientar nuestra vocación, nuestras vidas para el Reino.
Si Dios ha traído un sentido de ser y hacer, vocación, a nuestras vidas, permitamos que todas nuestras opciones y prioridades estén cruzadas por este alto llamado que Él nos ha dado…..renunciar o renegar de ello, es perder la vida finalmente que nos toca vivir y creo que siempre hay un “pueblo” que nos espera con nuestra vocación y un Dios que nos dice: “Ve, porque yo estaré contigo;...” (Ex. 3:12a).