20/9/09

De la orfandad a hijos(as) del Abba Padre.

Uno de los descubrimientos que debemos hacer en nuestros días, a la luz de las dos notas anteriores y esta a modo de conclusión, es que debemos descubrirnos como hijos(as) de ese Padre, que se nos ha revelado en el Hijo de Dios, Jesucristo.
Lamentablemente el mundo cristiano se ha convertido en un mundo de adultos, racionales y lógicos, que ha perdido la memoria de saberse hijos(as). Este mundo de adultos es un mundo impersonal, sin vínculos, de gente que desea ser autónoma e independiente, un mundo de “gente grave”. Pero el mundo de los afectos es el de los hijos(as), de los “lokos(as) bajitos(as)”, en donde no existe ni la autonomía ni la impersonalidad, un mundo de “gente que cree”. La identidad de estos está vinculada con la de sus padres, no se siente la vida como propia, sino perteneciente con quienes se convive, no se rompen los vínculos, ya que son esenciales y vitales para su supervivencia y equilibrio.
“Os aseguro que si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de Dios” (Mt.18:3), claramente lo que Jesús está diciendo es que nuestro ingreso en el Reino de Dios es el rescate de nuestra condición de hijos(as). Perder la condición de hijos(as) es una inversión peligrosa en nuestra relación con Dios.
Es tal la orfandad en la que vivimos que cambiamos las relaciones, en vez de convertirnos a Dios el Padre, Él debe convertirse a nosotros, a nuestros intereses y “creencias”, así Cristo termina manipulado por nosotros, convertido Él a nosotros, más que nosotros a Él, en vez de ser nosotros los siervos(as), Él termina siendo siervo nuestro.
Al observar a esos “lokos(as) bajitos(as)” qué descubrimos, que el vivir es ser parte de una estrecha relación de amor, dependencia y obediencia; por tanto, descubrirnos como hijos(as), es encontrar en nosotros esta condición de niños.
Asumo que la infancia para muchos estuvo determinada por la alegría o por la tristeza (abandono, violencia, sufrimiento, críticas, ausencias y privaciones); así que nuestro esfuerzo es borrar esto, con llegar apresuradamente a la vida de adultos, a la conquista de nuestra independencia, para muchos con el sueño de la felicidad; pero terminamos reconociendo que esa infancia aun permanece en nuestro interior, determinando nuestra conducta, valores, intereses y opciones de vida. Encontrarse con el Abba Padre, es también nuestra liberación de nuestra infancia, de nuestra intimidad escondida de los recuerdos de la infancia, es el encuentro con aquel Dios que nos dice soy tu Abba Padre.
Tener a Dios como Padre ha sido impedido muchas veces por los recuerdos de nuestro pasado, por lo mismo se opta por otro tipo de relación con Dios, quizás más conveniente y utilitaria, y terminamos siendo niños adultos inseguros, que optan por la manipulación y el control, en lugar del amor, la entrega y la obediencia. Pero el camino de Jesús, es el camino del Hijo que se relaciona con Su Padre, en una estrecha y renovada relación de amor, dependencia y confianza plena en el Abba Padre.
La obra de Dios en nosotros por medio del Espíritu Santo es, básicamente, la de adoptarnos comos hijos(as) del Padre, del Abba Padre. Esta obra lo considera todo, no sólo la vida actual, adulta y racional, sino nuestra historia, el pasado y todas sus memorias, aun aquellas que están escondidas en alguna grieta olvidada. El apóstol Pablo nos recuerda: “Y no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos(as) que nos permite clamar Abba, Padre. El Espíritu atestigua a nuestro espíritu que somos hijos(as) de Dios.” (Ro.l8:15-16). Todos los derechos y beneficios de hijos(as) están restaurados en nuestra relación con Dios, nuestro Abba Padre.
Necesitamos asumir a Dios como nuestro Padre, no en la perspectiva de los recuerdos y memorias que tenemos de nuestros padres (sea cual sea esa vivencia), sino a partir de la relación que el propio Hijo Jesús tuvo con el Dios, Su Abba, Padre (como lo presentamos en las dos notas anteriores).
Nuestro desafío es ser hijos(as) delante de nuestro Dios, en un mundo que quiere comportarse como adulto, pero que en su interior está un niño(a), que aun no ha sanado, porque no tiene ese Paddre que le diga, tú eres mi hijo(a) amado(a) y en ti me complazco, me alegro.
Gracias a Jesús, la relación con el Abba Padre es más que posible, no olvidando que para entrar en el Reino de Dios debemos ser como niños(as), ya Jesús nos dijo, “de los tales es mi Reino”.
Ese Reino nos pertenece mis estimados(as) “lokos(as) bajitos(as)” para con Dios nuestro Abba Padre.
*En deudas con varios por lo expuesto.

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