20/9/09

La novedad de Jesús.


“El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha elegido para dar buenas noticias a los pobres Dios me ha enviado a anunciar libertad a los prisioneros, a devolver la vista a los ciegos, a rescatar a los que son maltratados y a decir:”“¡Este es el tiempo que Dios eligió para dar *salvación!’” Lc.4:18-19.
Jesús es un hombre totalmente atípico para su tiempo, del todo atípico, semejante sólo a su primo Juan, llamado el “Bautista”.
Sus palabras y enseñanzas poco tenían que ver con la mentalidad mundana de sus días (el Sermón del Monte, es un buen reflejo de esto). Ej. “¿no es la vida más que el alimento y el cuerpo, más que el vestido?.
Es sorprendente que Jesús no enseñó nada que pueda autorizarnos a pensar que su intención fue promover, perfeccionar o espiritualizar la civilización humana. Lo que quiere en el fondo es inaugurar un nuevo mundo, en el cual la historia humana cesa de ser como se ha dado a través de los siglos.
Sin duda Jesucristo es el personaje más celebre de cuantos registra la historia, pero, en esta celebridad, sobre la cual hay un consenso formal al menos, no hay claridad sobre el mundo hacia el cual está orientada su enseñanza, ni hasta qué punto esa enseñanza es extraña y opuesta a este mundo que los hombres hemos construido.
El cristianismo durante muchos siglos creó una base espiritual y ética, la cual, a pesar de los abusos del poder, estaba bien asentada en los pueblos occidentales. Hoy esa base ha sido demolida, de manera que la relativa independencia que esos pueblos tenían respecto de lo que acontecía en las cúpulas del poder, hoy se ha perdido. Los valores vividos se han derrumbado y el poder que hoy rige al mundo, inseparable del dinero, que finalmente no es sino el dinero mismo, se hace cada vez más hegemónico.
De las grandes culturas históricas, incluida la occidental, ya de hecho, poco o nada es lo que queda. El mundo se ha ecualizado, constituyendo una sola interrelación de negocios controlada por las grandes potencias. Sólo un complejo financiero, tecnológico y militar cubre hoy los territorios habitados por la especie humana, el cual funciona igual en todas partes. Hoy los hombres y las mujeres ya no viven; sólo piensan y se afanan. Han alcanzado la libertad, pero se ven más oprimidos que nunca. Han dominado la materia y la energía; han dominado la naturaleza, cumpliendo, en el concepto de algunos, un mandato bíblico, para comprobar al fin que sólo han logrado construir un mundo sin felicidad, sin justicia, sin amor, sin belleza, deforme, vulgar y agresivo, que ha destruido la trama de la vida en el planeta, hasta el punto que el daño se aproxima ya a las fronteras de lo irreversibles.
Tal es nuestra megacrisis, la crisis del sentido. Pues bien, en medio de este caos, una aproximación cada vez más audaz a la esencia del evangelio, a pesar de que pueda provocar contradicciones y divisiones, a la postre será saludable, fue esa desarticulación de la sociedad constituida en tiempos de Jesús, a la cual Él se refirió en términos que siempre resultarán inquietantes: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa”. Porque en verdad, un examen detenido del paradigma de mundo, hombre y sociedad que se insinúa como respaldo de las enseñanzas de Jesús, no se parece en nada a lo que hemos visto a través de los siglos de historia conocida. Porque lo que Él ofrece, aunque sea perturbador comprobarlo, no es un programa de soluciones a los problemas del mundo, a los cuales, como la experiencia lo enseña, no se ha podido dar solución en la medida que el mundo que los genera es en sí mismo un solo problema insoluble. Lo que Jesús ofrece es otro mundo, que no surge ni se organiza mediante la falaz racionalidad de los hombres y las mujeres, sino que se forma y crece por el poder de Espíritu, que es amor y sabiduría de Dios, el que actúa cuando los hombres buscan refugio en él, cesando en su vano empeño y poniéndose en manos de ese poder que viene de lo alto.
Ese otro mundo, que no es el mundo creado por los hombres y las mujeres, es aquel que en los evangelio se denomina Reino de los Cielos (generado por el cielo en la tierra), o el Reino de Dios, o simplemente el Reino, al cual cabe aplicarle las palabras del apóstol Pablo: “Ni ojo ni oído oyó lo que Dios tiene reservado a los que lo aman”.
Por eso es que debemos considerar a la persona y enseñanza de Jesús en toda su radicalidad sin intentar domesticarlo, porque no hay fórmula, ni teoría, ni ideología ni régimen, modelo, sistema, o lo que fuere, que pueda pretender legitimarse en las enseñanzas de Jesús, que no sea el mundo que nace de Él como piedra fundamental.
………
¿No creen que Jesucristo debiera en este tiempo entrar nuevamente en la sinagoga de Nazaret?
¿No creen que es necesario recuperar la novedad de JESÚS, el EVANGELIO, buenas nuevas constantemente?
¡Cuánto necesitamos de esto!

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