20/9/09

Dios y la orfandad de la vida.

En nuestros días al parecer la vida cristiana necesita más e intensos estímulos para participar de manera comprometida en todo aquello relacionada con ella, terminando en una verdadera obsesión por la experiencia personal como camino para el conocimiento de Dios, perdiendo de vista el lugar y el significado de la relación personal en la vida del cristiano y la cristiana.
No siempre la euforia que produce la experiencia es sinónimo de vitalidad en nosotros.
Jesús nos invita a desarrollar una relación de amor y amistad, de la misma calidad que el Padre tiene con el Hijo, en esta está la base para la correcta relación entre Dios y nosotros.
En medio de tanta orfandad en la vida actual, el descubrimiento de la relación Padre-Hijo, nos orienta para una vida y experiencia más humana, personal y espiritual, con Dios y nuestro prójimo.
Nuestros días necesitan descubrir la paternidad que hay en Dios, porque Él en esencia es relacional, lo entendemos así en la Trinidad, la relaciones perfectas en su Ser. Pero también está el hecho del lugar que ocupa el Padre en la vida y misión del Hijo, llegando a decir Jesús, “mi comida es hacer tu voluntad”. Ya sabemos que la comida habla de la dependencia que existe en la existencia humana. Para Jesús su vida y misión, fue la del Padre, no la personal, sólo tomó la de Su Padre.
Nuestros días son de orfandad, llenos de medios de comunicación y redes, pero de pobreza relacional, demasiado individualista, y ajenos al sentido de comunidad que hay en Dios, desarrollando relaciones utilitarias y funcionales, llenándonos de actividades, para tapar los espacios y lagunas que dejan nuestras carencias de afecto y buenas relaciones.
Es aquí donde resalta Jesús, quien encontró su realización personal, no en sí mismo, sino en su relación, su obediencia y sumisión al Padre. Una completa identificación con el Padre posibilitó la calidad de vida que observamos en él, un ser humano completamente satisfecho en lo que era y hacía; era la relación de amor y amistad lo relevante para Jesús y no las cosas que hacemos o poseemos, por muy importantes que estas hayan sido.
Cuando Jesús fue bautizado se escuchó esa voz: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, palabras que trajeron significado a su vida y vocación, el modo como habría de conducirse, su vida pertenecía al Padre, de quién recibe el amor y el gozo por la vida.
En las tentaciones, Jesús lo primero que tuvo que enfrentar fue la pregunta del tentador: “Si eres Hijo de Dios”, no es el milagro o la experiencia, sino la calidad de la relación la probada, la duda se pone en la voz: “Éste es mi hijo amado”, lo que se cuestiona es la relación con el Padre. La tentación no ajena a nosotros, es romper la relación, la sumisión y la comunión con Dios.
La respuesta del Hijo es clara, lo importante era la calidad de la relación con el Padre, porque si esta se rompe, el resto es cosa de tiempo. Es así en nosotros, cuando se rompe la relación, el paso siguiente es ceder, en cambio Él no dio lugar a la duda acerca de la voz del Padre.
Generalmente, la inseguridad afectiva nos lleva a desear y tener aquello, que quizás nos ayude a experimentar que somos amados y aceptados, por lo mismo nos llenamos de experiencias, pero dejando en evidencia la fragilidad que hay en nosotros.
Para Jesús fue suficiente la voz, “eres mi Hijo amado”; por tanto, no dio lugar a la falsas voces, no necesitaba andar probando nada, su relación con el Padre era suficiente evidencia de complacencia y gozo.
Aquí debemos aprender de Jesús, ante tanta orfandad de la vida en nuestros días, Él encontró en la relación con el Padre toda su realización.
Quizás necesitamos escuchar esa voz en lo profundo de nuestro ser, que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, para una vivencia más humana y espiritual, ante tanta carencia de verdaderas relaciones que nos lleven a verdadera realización.
La Paternidad que hay en Dios podrá terminar con tanta orfandad que experimentamos constantemente, y que está ahí esperando, como en la parábola del hijo prodigo. Quizás debamos recordar que en esta vida somos eso, pródigos en busca del verdadero Padre, quién está con los brazos abiertos esperando por cada uno de nosotros.
*Debo a varios algunas de las ideas expuestas aquí, pero de esta manera también crecemos.

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